Se dio la circunstancia que en una comida familiar dos hermanas adultas no se ponían de acuerdo sobre un tema que las implicaba a ambas. Mientras una de ellas simplemente le decía a la otra que no compartía su opinión, la segunda entraba aceleradamente en un estado de desesperación y angustia injustificada desde fuera, pero comprensible desde lo más profundo.
¿Qué hace que seamos capaces de gestionar una comunicación sana? ¿Qué vivencias nos conectan automáticamente con lo más profundo de nuestro ser y no nos permiten ver más allá? ¿Por qué nos alteramos y nos frustramos cuando el otro no está de acuerdo?
El inicio de las discusiones
En el caso de las dos hermanas hemos de ir un poco más atrás en su historia para entender cómo llegaron a ese punto:
La hermana mayor, durante años, no tuvo las herramientas adecuadas para gestionar sus emociones y en cuanto algo no estaba dentro de su lógica o le frustraba, gritaba, desvariaba y dejaba conversaciones sin acabar por no ser capaz de sobrellevar la situación. Las discusiones no se acababan con diálogo, sino que simplemente por no llegar a mayores, se corría un tupido velo y se esperaba que las aguas se calmaran por sí solas.
Esta manera de gestionar y abordar las discusiones le dolía en lo más profundo y cada vez que sucedía, crecía el dolor de su alma y su frustración aumentaba.
Hace un tiempo empezó a oír sobre la comunicación no violenta y se interesó al descubrir que cuanto más aprendía sobre esta, más comprendía que disponía de muchas herramientas para poder afrontar situaciones conflictivas. Durante varios meses reflexionó profundamente sobre ello e integró poco a poco una nueva capacidad de comunicación, desconocida hasta el momento. A pesar de que los primeros intentos no fueron exactamente como quería, algo cambió en ella y poco a poco, sin ser consciente, empezó a distanciarse de su antigua manera de discutir.
La hermana pequeña aprendió cómo funcionaban las discusiones con su hermana y sabía que el resultado siempre era el mismo: gritos, portazos y días de no hablarse. Nadie gana y todos quedan heridos. Con el tiempo buscó maneras de que no ocurrieran tales desenlaces, pero sin las herramientas para saber gestionarlo, entraba en contradicción y acababa más frustrada y triste por no poder encontrar una manera de comunicarse sana y eficaz.
Diálogo CNV
Recientemente se encontraron en una comida familiar y todo cambió. Por primera vez una discusión llevó a un diálogo entre ellas en la que el problema causante del conflicto dejó de ser el centro de atención para dar paso a la escucha del dolor del otro:
- HM: ¿Por qué estás así?
- HP: Porqué ahora parece que yo sea la mala.
- HM: Nadie ha dicho que seas la mala, solo te he dicho no estoy de acuerdo con lo que has dicho.
- HP: Me has dicho que soy inflexible, cabezota, rígida y egoísta.
- HM: No, yo no he dicho nada de eso. Si quieres que podamos hablar te pido que uses las palabras que yo he usado para no generar tensiones.
- HP: No lo has dicho, pero me siento como si me lo dijeras. Es que al final yo soy la mala y me voy triste y tú te quedas bien.
- HM: Yo no pienso eso y tampoco estoy bien si discutimos, pero ahora mismo me preocupa más como estés tú porque veo que necesitas aclararte. ¿Qué necesitas? ¿Qué te ha pasado?
- HP: Que siempre digo que sí y ahora que digo que no me siento mal.
- HM: Me parece estupendo que seas coherente con tus decisiones y si es lo que crees adecuado, sigue adelante. Pero tienes que entender que el otro, en este caso yo, puedo no estar de acuerdo, y no pasa nada.
- HP: ¡Sí que pasa! Ahora estamos discutiendo y me siento mal y no quiero decirte que sí, pero si digo que no me sentiré peor…
- HM: No has de decir que sí para que el otro se sienta mejor, pero has de aprender a convivir con el resultado de tus decisiones sin que ello te genere tanto estrés.
- HP: ¡No puedo!
- HM: Mírame a los ojos y repite conmigo “Podemos tener opiniones diferentes y no afectará a nuestra relación”.
- HP: Podemos tener opiniones diferentes y no afectará a nuestra relación.
- HM: ¿Cómo te sientes?
- HP: Ahora mejor, más tranquila, gracias. Ahora lo veo más claro.
- HM: ¡Ves! No opinamos igual, pero podemos hablarlo. Cuando estés tranquila podemos retomar la conversación sabiendo que no siempre estaremos de acuerdo.
- HP: Creo que ya lo he entendido. Gracias.
¿Qué ha cambiado?
La comunicación se ha gestionado desde un lugar sano y tranquilo, con respeto, escucha y empatía. En el momento en que la discusión empezaba a agitarse se ha reconducido hacia un diálogo en el que lo importante no es lo que se discute, sino como se siente cada uno en relación con lo sucedido.
¿Qué se ha movilizado?
La relación entre ambas ha cambiado. La hermana mayor ha podido dejar de lado su enfado o molestia y tomar distancia para ver la imagen completa de lo sucedido. Ha podido ver a su hermana pequeña como sufría y acompañarla en su necesidad. La hermana pequeña ha podido hablar con su hermana mayor y aceptar que para quererse no han de estar siempre de acuerdo. Esa nueva comunicación le ha dejado más tranquila y ha permitido abrirse y escuchar a sus sensaciones.
¿Qué resultado ha dado?
No ha habido gritos, ni portazos, ni corazones rotos. Se ha abierto un espacio de encuentro para dos hermanas que se quieren y que solo necesitaban aceptarse y aceptar lo que no les gusta de la otra. La capacidad de tomar distancia ante una situación conflictiva nos permite ver más de una realidad, donde la necesidad propia se convierte en necesidad colectiva.
¡Eso es la comunicación sana, eso es el amor!
2 comentarios en «Discusiones familiares»
Buenas Aran,
Soy alumna de IAW, te felicitó por el articulo, me ha encantado !!! Un abrazo
Hola Pilar,
Gracias por tus palabras y me alegro que te haya gustado!
Un abrazo,
Aran