The true cost. El coste verdadero, auténtico, real. Da igual la traducción. Es un documental lleno de fuerza que nos sumerge ante una realidad cruda y hasta cruel de nuestra sociedad, la de los que necesitan atrapar el bocado para poder sobrevivir y trabajan en unas condiciones precarias y la de los consumidores, dos mundos distintos con distintas necesidades: el consumo por el consumo.
Todo es válido. ¿Sí? Me pregunto. Mi respuesta es ¡no!, ¿tiene solución? Yo creo que si, pero asumiendo lo que ello supone.
El debate sobre si nuestra sociedad vive en una paranoia consumista sin ningún tipo de escrúpulos sin pararse a pensar quién, y qué hay detrás de ese producto que yo compro por, por ejemplo, 19,99 euros y lo que entre si tengo yo más que el otro, nos pierde y nos enfrenta a una carrera sin fin por obtener y desear esa “felicidad compuesta de infinidad de cosas”.
Sí, “cosas”. Tan simple como eso.
No entraré en este artículo a profundizar en las teorías económicas de John Maynard Keynes, Milton Friedman, Adam Smith, Karl Max o la de ningún otro que rigen con mayor o menor acierto el sistema económico-financiero del mundo empresarial e industrial y en definitiva, de los distintos conjuntos de sociedades en el mundo. No es el propósito de este artículo. Pero sí dejar claro que las distintas doctrinas económicas que han conducido y /o han existido a lo largo de las distintas etapas de la evolución del ser humano viviendo en sociedad y que han supuesto la creación de un medio empresarial e industrial cuyo propósito ha sido producir para la obtención de un rédito.
Según fueran las necesidades de la población, estas tendencias obligaban a preguntarse qué, cuánto, cómo y dónde producir, pero, quizás sin pararse a mirar si realmente la necesidad que aparentemente se intuía, no era producto de una ilusión, dirigida y ficticia que llevaba a la creación de todo un proceso productivo complejo y una infinidad de útiles por el mero hecho de producir.
El documental nos introduce en una realidad de contrastes de la vida de las sociedades y países occidentales donde el consumo y la opulencia marcan el ritmo de vida extremo, estresante y de gran competencia, deshumanizado y, por qué no decirlo, “algoritmizado” que todo lo marca: índices, porcentajes, beneficios, resultados, ganancias…, frente a una realidad cruda, terrible, devastadora como es la de los países en vías de desarrollo dónde en las últimas décadas se han ido derivando los procesos productivos en masa, sin ningún o casi ninguna compensación más que la esperanza que un día mejor llegará.
Y todo ello, inmerso en las condiciones en las que se trabaja y se vive, las interminables jornadas, las distancias recorridas, las nulas o ínfimas condiciones de seguridad laboral junto a unos niveles de contaminación de todo tipo que afectan a la salud, a las relaciones, a las costumbres familiares y sociales que deberá, sin ninguna duda, plantearnos si esto es lo que realmente queremos.
Sí quiero dejar mi testimonio de solidaridad con el documental que presenta Andrew Morgan. Tomar conciencia de nuestras acciones y toma de decisiones nos honorifica, nos humaniza. El consumo es necesario para seguir en la rueda del tan llamado “crecimiento económico”. Pero ¿a cualquier precio? Os dejo con esta reflexión.
¡Que paséis un buen y meditado 1 de mayo!
Artículo escrito por Carles Par.